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EL QUEHACER DEL MÉDICO


El médico de ser un simple mortal por obra y gracia del ejercicio honesto y eficiente de una actividad que en su esencia misma a través de la evolución de la humanidad se ha colocado en el plano limítrofe entre lo etéreo y lo divino tiene el privilegio de asumir un papel que por sus alcances y magnificencia solamente le corresponde a Dios, cuando en su diario batallar contra las enfermedades, consigue restituir a un ser humano la salud y el bienestar perdidos y más aún, cuando puede rescatarlo de la muerte. Es en esos momentos cuando alcanza la máxima realización de sus capacidades y sufre la tentación muchas veces insuperable, de equiparse al Supremo Hacedor. El siguiente fracaso, rápidamente lo retorna a la realidad y lo vuelve consciente de sus inmensas limitaciones, al mismo tiempo que lo impele a continuar con el diario esfuerzo capacitante que le permita nuevamente superar a la enfermedad a la vez que lo colocará ante una nueva tentación omnipotente. Y esto cíclica e inexorablemente se repite día tras día en el diario laborar del médico dedicado a la más hermosa y gratificante de las actividades.

Aunque ciertamente no son pocas las instancias en las que fracasa, basta con alcanzar el éxito en una sola ocasión, para que el esfuerzo y el orgullo implícitos en él, valga la pena. El rescatar una vida cubre todas las expectativas personales y profesionales y se alcanza una excelsitud inconmensurable, aunque al final, justo es reconocerlo, todo médico que se respete termina diciendo… ¡Gracias a Dios!

Un Médico entendiéndolo en el sentido más amplio y completo del término es alguien que en un momento dado de su incipiente vida adulta, decide dedicarse a servir a los demás. Para ello es necesario que tal resolución sea tomada en el ejercicio de una completa libertad individual y, además, que concurran en tal persona una serie de principios, características y valores que son indispensables en la profesión a la que pretende dedicar su existencia.

Consecuentemente con ello, se explica que un buen médico sea un individuo inteligente y preparado, honesto, recto, discreto, responsable, enérgico, honrado, capaz, eficiente, ecuánime al juzgar a los demás e implacable consigo mismo, firme en la defensa de sus conocimientos y deseoso de ser un constante y eterno buscador de la verdad a través de la ciencia.


Dotado de una gran reserva de empatía para con los demás y una fuerte capacidad de resiliencia para enfrentar los diarios avatares y problemas que el ejercicio de tan hermosa profesión traen aparejados, máxime cuando un paciente angustiado por el padecimiento que lo aqueja, acude ante él en busca, no solamente de alivio para sus males, sino también de apoyo y soporte para los múltiples problemas que de índole psicoafectivos traen aparejados los padecimientos. Esta primera consulta será crucial en el devenir del éxito o fracaso en el tratamiento del padecimiento que se trate.



Dr. Luis Antonio Martínez Figueroa

Médico pediatra, egresado del Hospital General de México

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